Ya se ha dicho esencialmente. En efecto, el mito del «pueblo» no precisado sirve todavía para introducir bajo mano toda una serie de ideas que no son de Derecha. De aquí la escasa capacidad de aprehensión de los regímenes fascistas de Italia y Alemania en el campo de la cultura. Fascismo y nacionalsocialismo, si bien tuvieron clara su oposición a los movimientos surgidos de la Revolución francesa y osaron hacer frente al mito burgués y al proletario, contra capitalismo anglosajón y bolchevismo ruso no regaron a crear en el seno del Estado una ciudadela que pudiese sobrevivir a la catástrofe política. Baste pensar que en Italia el liderazgo cultural se confió a Gentile, un hombre que supo estar a la altura de las circunstancias pero que ideológicamente, sólo era un patriota resurgimental, ligado estrechamente al mundo de la cultura liberal. No es extraño que todos los discípulos de Gentile (aquellos inteligentes, que son alguien en el ámbito cultural) militen en la actualidad en el campo antifascista o incluso en el comunista. Quien lea Genesi e struttura della società no puede evitar quedar perplejo ante el espíritu democrático‑social de esta obra que, dignamente, culmina el ideal bolchevique del humanismo del trabajo. En consecuencia, no puede sorprender que un gentiliano como Ugo Spirito se manifieste a veces «corporativista» a veces «comunista», sin tener necesidad de cambiar un solo renglón de lo que ha escrito.
En Italia, durante el ventennio se habló mucho de patria, de nación, pero no hubo preocupación jamás en hacer circular las ideas de la más moderna cultura de «Derecha». La Decadencia de Occidente de Spengler (que Mussolini conocía en su edición original), Der Arbeiter de Jünger o Der wahre Staat de Spaan nunca fueron traducidos, novelas como el Gilles de Drieu la Rochelle o Los proscritos de Von Salomon fueron completamente ignorados por la cultura oficial fascista.
En esta situación era natural que la obra de un Julius Evola resultase ignorada. Un libro como Rebelión contra el mundo moderno que, traducido en Alemania, despertó gran interés (Gottfried Benn escribió sobre él: «Una obra cuya excepcional importancia se hará evidente en los años que por venir. Quien la lea se sentirá transformado y contemplará Europa con una mirada diferente») en Italia pasa por no escrito.
A la sombra del Littorio, tras la fachada de las águilas y las divisas, continúo prosperando una cultura neutra, insípida, a veces fiel al régimen por un íntimo patriotismo pequeño‑burgués, más a menudo en oculta actitud polémica e instigadora. Hoy en día están de moda las memorias del estilo de las de Zangrandi en las que algunos personajes mediocres del mundo de la política y el periodismo se vanaglorian de haber hecho carrera como fascistas sin serlo en realidad. Es evidente la mala fe de estas escuálidas figuras pero, entre tanta mentira permanece una verdad: la cultura fascista, aquella cultura oficial de los Littoriali della gioventù, detrás de una fachada de homenajes adulatorios al Duce, al Régimen, al Imperio, quedaba una amalgama de socialismo «patriótico», de liberalismo «nacional» y de catolicismo «italiano».
Caída la identidad Italia-Fascismo, destruido en 1943 el concepto tradicional de patria, los socialistas «patrióticos» se convierten en social‑comunistas, los liberales «nacionales» tan sólo en nacionales y los católicos «italianos» en demócrata-cristianos.
Es indudable que el oportunismo ha contribuido a esta fuga general, pero es cierto que si el fascismo hubiese hecho algo para crear una cultura de Derecha, una ciudadela ideológica inexpugnable, algo habría quedado en pie.
El nacionalsocialismo trabajó sobre unos cimientos mejores. La cultura alemana de Derecha poseía tras de sí una prestigiosa lista de nombres, empezando por los primeros románticos hasta llegar a un Nietzsche. El mismo Goethe ha dejado escritas palabras de desconfianza nada equívocas dirigidas al engreimiento liberal de su tiempo. Igualmente, entre 1918 y 1933, en Alemania floreció la denominada «revolución conservadora» en la que se integraban autores de fama europea: Oswald Spengler, Ernst Jünger, Othmar Spann y Moeller van den Bruck, Ernst von Salomon o Hans Grimm son nombres conocidos también más allá de las fronteras alemanas. El propio Thomas Mann había hecho con sus Consideraciones de un apolitico una contribución fundamental a la causa de la Derecha alemana.
Sin embargo, también aquí el mito del «pueblo» ganó la partida a los gobernantes y la Gleichshaltung hace enmudecer toda crítica, incluyendo la constructiva. No obstante, en comparación con el fascismo, el nacionalsocialismo posee el mérito de obligar a la cultura neutra a rendir cuentas, teniendo conciencia, en mucha mayor medida que el régimen italiano, de representar una auténtica visión del mundo violentamente hostil a todas las putrefacciones y desviaciones de la Europa contemporánea. La muestra de arte degenerado y la quema de libros tuvieron cuanto menos, un significado ideal revolucionario, un carácter de abierta revuelta contra los fetiches de un mundo en descomposición.
Pero también en Alemania se exageró; se atacó encarnizadamente a personajes que podían haberse dejado en paz, como un Benn o un Wiechert, mientras a su vez los depuradores mostraban taras populistas y jacobinas. Existe un librito titulado An die Dunkelmänner unserer Zeit (A los oscurantistas de nuestro tiempo) en el cual Rosenberg responde a los críticos católicos de su Mythus con una vulgaridad que nada tiene que envidiar a Voltaire o a Anatole France.
Sea como fuere, fue en el ambiente nacionalsocialista donde se concibió el ambicioso proyecto de crear una weltanschaulicher Stosstrupp, una tropa de choque en el campo de la visión del mundo para abrir una brecha en el gris horizonte de la cultura neutra y burguesa.
La propia concepción de las SS, su superación del simple nacionalismo alemán por el mito de la raza aria, la concepción del Estado cono Orden viril (Ordenstaatsgedanke), la idea de un imperio europeo germánico sitúan al nacionalsocialismo a la vanguardia en la formulación de contenidos ideológicos de una pura Derecha.
alvaro frey
Pesimo articulo. No tiene idea el que lo escribio lo que dice. Parece mas el analisis de un hombre de izquierda que de un fascista. Jose Antonio decia que "no somos de derecha ni de izquierda, somos nacionales". Q!ue sabe esta persona de la cultura de la epoca fascista y nazi. Ignorante tol. Lo digo con respeto.Deben cuidar en el sitio estos comentarios nefastos. Saludos frey