La piedra luciferina

Lucifero, di Costantino Corti (1823/24–1873).

En estas leyendas, una vez liberadas de los revestimientos de orden religioso en sentido estricto, aparece de nuevo la conexión del Grial como piedra celeste con una herencia y un poder misterioso conectado con el «estado primordial», y en cierto modo conservado en el período del «exilio». La referencia a Lucifer, en sí misma, al margen del marco de carácter cristiano y teísta, puede verse como una variante del tema de un intento, abortado o desviado, de reconquista «heroica» de ese estado. En cuanto al tema del grupo de ángeles bajados del Cielo con el Grial, recuerda el de la misma raza de los Tuatha dé Danann, que también se considera formada por «seres divinos» llegados a Irlanda desde el Cielo, trayendo también una piedra sobrenatural – la piedra de los reyes legítimos -, así como objetos que, como hemos señalado. Corresponden exactamente a los del ciclo del Grial: una espada, una lanza y un recipiente que proporciona inagotablemente su alimento a cada ser. Al propio tiempo, la patria de los Tuathas – como sabemos – es aquel Avalón que según una tradición ya señalada, es también la sede de que hablan los libros del Grial y que, en cualquier caso, se ha confundido a menudo, debido a oscuras asociaciones, con el lugar donde principalmente se manifestó el Grial.

Pero eso no es todo. En algunas leyendas célticas, los ángeles caídos son identificados precisamente con los Tuatha de Danann: en otras leyendas, se habla exactamente de espíritus que, como castigo por su neutralidad, tuvieron que descender a la Tierra. Se dice de ellos que habitan una región occidental trasatlántica, a la que llegó San Brandán, región que también es una reproducción de Avalón, lo mismo que ese viaje es una imagen cristianizada de lo efectuado por varios héroes célticos para llegar a la «Isla», patria originaria y centro inviolable de los Tuathas.

Tenemos, pues, una curiosa interferencia de motivos, que halla expresión, por ejemplo, en el Leabhar na hvidhe, donde se lee que los tuathas son «dioses y falsos dioses a los que notoriamente se remonta el origen de los sabios irlandeses. Es probable que a Irlanda llegasen de los Cielos, y de ahí la superioridad de su ciencia y de sus conocimientos». Por tanto, habría que proceder aquí a una separación un tanto delicada de los motivos en los que basar todo cuanto se refiere a los elementos auténticamente luciferinos, a los que puede aplicarse correctamente la idea de una «caída» y la presencia sobre la Tierra como castigo, y aquellos otros que, en cambio – a través de una representación tendenciosamente deformada -, pueden referirse a los custodios en la Tierra del poder de lo alto y de la tradición, cuyo símbolo es el Grial: casi como una presencia persistente, inalterada y secreta de lo que fue precisamente en estado primordial y «divino».

En Wolfram, la «neutralidad» de los ángeles del Grial empuja a pensar, en efecto, que se encuentran en una fase idealmente anterior a esa diferenciación de la espiritualidad, en función de la cual puede definirse generalmente el espíritu luciferino, y si Wolfram da más tarde una versión diferente al hacer decir a Trevrizent que los ángeles neutrales no volvieron a subir al Cielo (como se retiraron de nuevo los tuathas a Avalón), sino que causaron su eterna ruina, y «quien quiere ser recompensado por Dios debe mostrarse adversario de esos ángeles caídos», hay que tener en cuenta precisamente de qué modo deformó el cristianismo tradiciones anteriores, sustituyendo su sentido originario por significados muy distintos. Debido al carácter general propio de su visión preponderantemente «lunar» de lo sagrado, el cristianismo estigmatizó a menudo como «demoníaco» y «diabólico» no sólo lo que efectivamente lo era, sino también todo intento de reintegración de tipo «heroico» y toda espiritualidad ajena a las relaciones de devoción y dependencia terrenal de lo divino concebido de modo teísta. Así, en otro lugar hemos tenido ocasión de observar mezclas de motivos análogas a las que acabamos de ver en el caso de los Tuatha dé Danann, por ejemplo en cierta literatura siriaco-hebraica en la que los ángeles caídos terminan formando una sola cosa con una estirpe de «Vigilantes», -concebida como instructora primordial de la humanidad . Tertuliano no duda en atribuir globalmente a los ángeles caídos el conjunto de las doctrinas mágico-herméticas, a las que hemos visto ya ayudar a Flegetanis a descifrar los textos originarios del Grial, y que la Morte Darthur atribuye a Salomón, concebido como cabeza de estirpe de los héroes del Grial, justamente con los mismos términos de Tertuliano: «Aquel Salomón era un sabio y conocía todas las virtudes de las piedras y de los árboles, así como el curso de los astros y muchas cosas más». Cuando Inocencio III acusó a los templarios de haberse entregado, a su vez, a la doctrina «de los demonios» – utentes doctrinis daemonorium -, muy probablemente tuvo en cuenta los misterios anticristólatras de los templarios y procedió instintivamente a la misma asimilación por la que la «raza divina» primordial fue presentada como la raza culpable o demoníaca de los ángeles caídos.

Por nuestra parte, ya hemos proporcionado puntos de referencia suficientemente exactos para orientarse frente a distorsiones de este tipo y para fijar el límite que separa el espíritu luciférico del que no lo es, y el punto de vista cristiano del de una más elevada espiritualidad. Así, cualquiera podrá distinguir fácilmente el distinto alcance de cada elemento que se encuentra en nuestra leyenda, junto con muchas interpolaciones y deformaciones. Habiendo demostrado que el elemento «titánico» es la materia prima de la que se podía extraer el «héroe», es comprensible que, pese a todo, Wolfram diera a Parsifal algunos rasgos «luciferinos», haciéndole llevar, sin embargo, a término felizmente su aventura, hasta el punto de que finalmente adoptó la forma luminosa de rey del Grial y de restaurador. De hecho, Parsifal acusa a Dios de haberle traicionado, de no haber tenido fe en él, por no haberle asistido hasta la conquista del Grial. Se rebela, y en su cólera dice: «yo servía a un ser al que se da el nombre de Dios, antes de que me hubiese permitido exponerme a ultrajante escarnio y que me cubriese de vergüenza… He sido su servidor sumiso, porque creía que me concedería su favor; pero, de ahora en adelante, me negaré a servirle… Si me persigue con su odio, me resignaré. Amigo [le dice a Galván], cuando te llegue el momento de combatir, que lo que te proteja sea el pensamiento de una mujer [se sobrentiende, no de Dios]». Animado por ese desdén y ese orgullo, Parsifal, tras no haber triunfado en su primera visita al castillo del Grial, lleva a cabo sus aventuras. Y él, así separado de Dios, evitando iglesias, entregándose a empresas «salvajes» de caballería – wilden Aventüre, wilden, ferren Ritterschaft -, acaba venciendo igualmente, y al propio tiempo consigue la gloria de rey del Grial. Trevrizent tiene que decirle: «Rara vez se vio milagro más grande: al mostrar vuestra ira, habéis obtenido de Dios lo que deseabais».

Señalemos además que, en Wolfram, Parsifal aparece como aquel que llega al castillo del Grial de modo excepcional, sin haber sido designado o llamado como los otros. Su elección se produce posteriormente; por decirlo así, son las mismas aventuras de Parsifal las que la determinan y casi la imponen. Trevrizent dice: Nunca había ocurrido que el Grial pudiese ser conquistado combatiendo: Es was e Ungewolhnheit, dasz den Gral ze keine ze keine zêten jeman möchte erstriten.

También este rasgo hace reconocer al tipo «heroico»: el que no por naturaleza, como el tipo «olímpico» (que podría hacerse corresponder con el rey legítimo del Grial, que después cae en la decadencia, en la senectud, es herido o se vuelve inútil), sino por el despertar de una vocación profunda y gracias a su acción, llega a participar en aquello de lo que el Grial es símbolo, y se acerca hasta el punto de convertirse en caballero del Grial y, por último, como para hacer suya la suprema dignidad de la Orden del Grial.

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(Capítulo II de El Misterio del Grial – El ciclo del Grial – XV).

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