Desde antaño considerado, a causa del carácter oral de sus enseñanzas, como una especie de continente sepultado y ya nunca accesible, a la manera de la Ciudad de Ys durmiendo en el fondo de las aguas, el mundo religioso de los Celtas es todavía muy a menudo el pasto de pseudo-especialistas que prefieren la recuperación ideológica a la búsqueda erudita, incluso de charlatanes deseosos de atribuir a los antiguos Celtas sus propias elucubraciones. Es por ello que cualquier estudio riguroso sobre el mundo céltico debe hacer primero una selección eliminando las interpretaciones inadmisibles y definir claramente su metodología. Desde este punto de vista, es preciso felicitarse de la aparición en estos últimos años, de varias obras destacables de Françoise Le Roux y Christian Guyonvac’h: La civilisation celtique, especie de manual introductorio al tema; Les Druides, obra que es seguramente la suma más completa sobre el sacerdocio céltico actualmente disponible en Europa; y Textes mythologiques irlandais (a partir de ahora designado por las iniciales TMI), que tiene como objetivo “presentar al público de lengua francesa (los lectores de legua inglesa o alemana disponen ya de un amplio surtido) un conjunto de textos medievales completos, traducidos y anotados de tal manera que su lectura sea posible y, sobre todo, que su contacto se divulgue entre los no especialistas” Para completar este balance, es necesario añadir una última obra de los autores Morrigan- Bodb- Macha. La souveraineté guerrière de l’Irlande (Rennes,1983).
Estos diferentes ensayos son el resultado de las investigaciones y estudios llevados a cabo a partir de 1948 en el marco de la revista Ogam-Celticum, por Fr. Le Roux y C.-J. Guyonvarc’h, quienes han conseguido elaborar una tarea paciente, prudente y sistemática, de reconstitución de la Tradición Céltica, gracias, por una parte a su competencia “técnica”, especialmente lingüística (F.Le Roux fue hace tiempo alumno de Georges Dumezil,; C.J.Guyonvarc’h defendió el 20 de octubre de 1980 una tesis doctoral delante de un jurado del que formaban parte, entre otros, Georges Dumezil, Jean Haudry -principal artífice de la actualización de la gramática indoeuropea en Francia- y Karl Horst Schmidt, el mayor especialista alemán de lenguas célticas antiguas), y por otra, a su capacidad de leer los textos por sí mismos, por su contenido conceptual, sus estructuras subyacentes, más importantes que ciertos detalles, cronológicos o de otro tipo. En lo concerniente a este último punto, es necesario señalar pues el caso es suficientemente raro en la universidad francesa para ser citado que los autores han recibido la influencia, además de la dumeziliana, la de la escuela de pensamiento Tradicional (especialmente René Guénon y Ananda Coomaraswamy).
Conscientes de “lo fácil que es evocar el misterio en vez de ayudar a disiparlo y cuando los documentos faltan respecto a un tema tan vasto, se puede caer en la tentación de presentar teorías y no hechos” , F.Le Roux y C.J.Guyonvarc’h creen que antes de intentar caracterizar positivamente la tradición céltica, es importante indicar lo que no es. Así nada tiene que ver con ella de una manera seria “la trama o la semilla de sociedades secretas (o supuestamente) que en este caso, son pseudo-iniciáticas o pseudo-religiosas” ni “la fuente de una literatura que pretende legitimar bajo lo céltico el fantasma más libidinoso del subconsciente moderno” Dejando aparte estos casos extremos aunque relativamente frecuentes hoy en día, es cierto que desde el pseudo-Ossian , el mundo de los antiguos celtas ha sido recubierto por un manto de romanticismo agudo, hecho de imágenes estereotipadas (mujeres misteriosas con “los cabellos al viento y al sol”, bosques obligatoriamente desolados, rocas orgullosamente erguidas frente al embate de la mar gris, inmensa e inevitablemente violenta, islas por siempre jamás cubiertas de niebla), donde el esteticismo y la contemplación egótica es propia de la ignorancia pura y dura. A propósito de esta fascinación ambigua ejercida por el pasado céltico, C.J.Guyonvarc’h escribe: “Algunos se sumergen en él para soñar, otros sacan una poesía fácil y sin gracia”. Nosotros añadimos por nuestra parte que lo que hace que la celtomanía romántica sea a menudo insoportable es una mezcla de sosería y gran necedad. Falta lo esencial, a saber la voz de la sangre , única capaz de abrirnos el camino a la eficacia hondamente arcaica de los textos irlandeses que a semejanza de las sagas escandinavas, no retroceden ni ante lo sórdido ni ante lo grotesco, y sobrepasan todo tipo de actitudes y sentimientos afectados. Las interminables diferencias jurídicas de los antiguos irlandeses son el producto de personas particularmente “tiñosas” y no de estetas cultivando languideces decadentistas.
C.J.Guyonvarc’h ha rechazado el esteticismo al traducir los textos mitológicos irlandeses más importantes (diecinueve en total, entre los cuales se encuentran el Libro de las Conquistas de Irlanda, La batalla de Mag Tured, La fundación del dominio de Tara y El sueño de Angus). “Tanto peor para lo que se entiende por elegancia de estilo: nosotros no tenemos en cuenta la belleza vana de la frase, sino la verdad y la profundidad de su contenido” . Fiel en esto a la mentalidad de lo que él estudia desde hace más de treinta años, y a la mentalidad tradicional en general, el investigador francés nos parece ser ciertamente parte de esos espíritus para los cuales una verdad malamente proferida por un “inocente” es superior a un error brillantemente desarrollado por un “genio“.
Ante la casi total ausencia de documentos escritos de época precristiana , la única manera de interpretar correctamente la tradición céltica y su encarnación más alta en la sociedad el druida- consiste en penetrar en la leyenda y el mito. Con su estudio sobre la primera clase funcional céltica, los autores han querido mostrar “que el druida mítico es la mejor aproximación posible al druida histórico porque, ya sea en la historia o en el mito, las jerarquías, las especializaciones son idénticas. La leyenda céltica transpone en el mito la realidad de una estructura social y religios. E inversamente, qué sacerdote no tendría por ideal parecerse al dios que honra? No es, en conclusión, la sociedad quien determina la religión, sino que es ésta lo que la modela la forma de sociedad”.
Irlanda representa sin embargo un caso único en la historia religiosa de Europa: si existe constancia de la mitología de la antigua Irlanda es gracias, paradójicamente, a la cristianización de la isla, hecho que ha permitido la transmisión de la misma a modo de historia, particularmente en lo referente a genealogías y cronologías, también a menudo tergiversadas. C.J.Guyonvarc’h es de los que piensan que ha habido una transmisión premeditada, sin intención de continuidad entre el antiguo sacerdocio céltico y la elite intelectual de los monjes irlandeses, quienes pusieron por escrito las leyendas y los mitos paganos. “Irlanda es el único país occidental donde, al finalizar la Antigüedad, subsistía una clase sacerdotal análoga a los brahmanes de la India. La cristianización, no habiendo sido acompañada de una romanización lingüística, política y administrativa, ha permitido que esta clase sacerdotal, de gran nivel intelectual, reorganizada, en función de la nueva religión, haya proporcionado los primeros cuadros del cristianismo irlandés, Es necesario recordar que los textos de los que disponemos son, en su conjunto, obra prevista y realizada por los propios monjes”.
Desde la alta Edad Media, los irlandeses han “desvariado” en ocasiones, como dice el autor, al pretender descender según sus textos mitológicos, de hebreos, griegos o egipcios. Pero al integrar su fondo mítico a la historia bíblica, ellos lo han protegido contra una posible condena por herejía, porque “nunca nadie ha ido a la hoguera por contar historias de Lug, Nuada o Cu Chulainn ” . Había un medio mejor de salvar la herencia de los ancestros? No, y al final “los hebreos no han perdido nada y nosotros hemos ganado al poder comprender a los celtas” . Es precisamente lo que no han comprendido, durante mucho tiempo, los investigadores de lo celta, comenzando por D’Arbois de Jubainville , enredado en cuestiones de cronología, mientras que hubiese sido necesario inclinarse sobre los esquemas originales discernibles bajo las modificaciones y añadidos cristianos. D’Arbois comete por otra parte el error típico de ver las cinco invasiones de Irlanda de los que hablan los textos de la historia mitificada como invasiones verdaderas, en lugar de ver en ellas “la adaptación de un corpus mitológico recreado en “historia” en las cronologías bíblicas”.
Es posible decir, para concluir sobre este punto que el cristianismo irlandés ha sido sino el sucesor o heredero de la tradición céltica, sí al menos su depositario: algo que les ha sido confiado y que se encarga de transmitir a las generaciones siguientes. En resumen y así resume C.J.Guyonvarc’h su tesis, que a algunos parecerá demasiado aventurada– el cristianismo irlandés “no ha acabado con la mitología precristiana; no la ha alterado más ni ha modificado su “evolución”: estaba muerta; la ha bautizado como “historia” y haciendo esto la ha conservado como se conservan las frutas en alcohol”.
Pero aquí nosotros querríamos acentuar más particularmente el carácter primordial, profundamente arcaico de la tradición céltica. En efecto, tras haber estudiado los principales mitos célticos, las funciones de los diferentes dioses, el status de druida, la concepción céltica de la soberanía y de la monarquía, la medida del tiempo y numerosos símbolos extremadamente significativos, uno se queda de la pureza tradicional de esta civilización.
Primer Punto: la pertenencia de los druidas al más lejano pasado indoeuropeo no merece ninguna duda: “El nombre de los druidas es especial al mundo céltico, explicable sólo por los elementos indoeuropeos de las lenguas célticas: la forma gala druides (singular druis), utilizada por César en De Bello Gallico, igual que el irlandés druid, remontan a un prototipo dru-wid-es “los más sabios”, que contiene la misma raíz que el latín videre “ver”, el gótico witan, el alemán wissen “saber”(…) Es pues vana, también por definición etimológica, atribuirles a los druidas un origen pre-indoeuropeo o suponer que el “Druidismo”, sólo se constituyó en la época en que está constatada su existencia histórica” *.
La primordialidad del sacerdocio céltico únicamente podría ser comparada a la de los brahmanes de la India. El druida quizá goza como estos últimos, de un prestigio extraordinario. No sufre ninguna prohibición ni delimitación; al contrario, es él quien posee el poder de hacer y deshacer. Sobre este tema, F. LeRoux y C.J.Guyonvac’h no dudan en escribir: “…la estructura sacerdotal céltica es bastante antigua, con sus druidas que tienen derecho al sacerdocio o a la guerra (el guerrero no tiene derecho a ejercer el sacerdocio), donde nosotros vemos el eco de un estudio de institución primordial, ideal, el de un estado edénico de la sociedad, compuesta por hombres inteligentes y sabios” . Por otra parte, la sociedad céltica está marcada por la clara primacía de la autoridad espiritual sobre el poder temporal: el rey manda sobre los hombres, pero el druida, en tanto que administrador de lo sagrado por excelencia, dirige al rey; nadie habla antes que el rey, pero el rey nunca habla antes que el druida…
Otros trazos que confirman el carácter espiritual de la tradición céltica: la oralidad de las enseñanzas druídicas, que evoca la transmisión de la doctrina entre los linajes eremíticos de los guru de la India. Pero el druidicado no es hereditario: la institución “por lo bajo” sobre el origen social del solicitante es aquí reflejo invertido de la indistinción “por lo alto” que conseguirá al término de su formación, pues el druida está, en el sentido propio de la expresión, “fuera de cualquier clase”. También encontramos en la tradición céltica símbolos como el salmón el pez que retorna a sus orígenes- y el erizo de mar fósil, próximo al Hiranyagarbha indio representando el huevo cósmico. Un druida mítico recibe el nombre de Mog Ruith, es decir “Servidor de la Rueda” , lo que reconduce obligatoriamente a una correspondencia con el Chakravarti indio.
En el mundo celta, la soberanía temporal, intermediaria indispensable entre los hombres y los druidas estando éstos siempre más próximos a los dioses que de los hombres- es de esencia masculina y se encuentra encarnada en el rey. Sin embargo, la soberanía auténtica está personificada por una mujer, no porque los celtas hubiesen adorado a una diosa-madre, como proclamaría una interpretación naturalista y formasen parte de una civilización de tipo “ginecocrático”, sino porque la Soberanía, análoga a la tierra se renueva constantemente y no es en realidad manchada por nada: “Siguiendo la definición de la reina Medb, el rey “no debe tener miedo, celos ni avaricia”, aunque la propia reina no esté nunca “sin un hombre a la sombra de otro”, porque si el rey es temporal y susceptible de ser cambiado, la Soberanía siempre joven y virgen, de belleza tentadora y resplandeciente, es tan eterna como el principio que representa y encarna” . Protagonista de la primera conquista – fundadora, antihistórica, fuera de clasificación- de Irlanda, Banba ejemplifica esta doctrina de la Soberanía, ella que “reaparece en el relato de la quinta conquista como una reina de los Tûatha Dê Danann, prueba de la continuidad de su presencia y su identificación con la tierra irlandesa” . Es esta gran figura de la Soberanía, en el centro de “la cortesía de Etian” quien cae a veces, bajo la pluma de exégetas prisioneros de la psicología moderna, “al nivel de un banal asunto sentimental”. Ahora bien, “Etain no es vana, ni “enamoradiza” en el sentido humano del término, ella es la soberanía, divinidad femenina única, esposa poliándrica de los dioses soberanos”.
El arcaísmo del universo céltico está también demostrado por el hecho de que los celtas, rebeldes al trabajo de la piedra, no han conocido otro lugar sagrado que la naturaleza, concebida por ellos como una teofanía perpetua. Bosque y templo son dos nociones equivalentes y como en la India, el bosque es el lugar sacerdotal por excelencia. También es necesario considerar la importancia de la medida del tiempo, muy significativa por poco que nos fijemos en ella: “Irlanda se contaba asímisma por noches: aidche Samna “la noche de Samain”, especificando a veces los textos; wythnos “ocho noches”, pymthegnos “quince noches”, se dice en galés, para designar la semana y la quincena, mientras que en bretón antronoz “día siguiente” es literalmente “más allá de la noche” (…) Esta concepción explica por qué, en su calendario, la estación sombría es el principio del año” . Es necesario ver una singular contradicción entre esta manera de medir el tiempo y las leyendas y mitos célticos repletos de héroes solares? No, pues la explicación es de orden metafísico: “Los celtas son los hijos del dios de la noche y es la noche la que da nacimiento al día como el Ser es generado por el No-Ser”.
El absoluto, masculino en relación a todo, hace que incluso la Soberanía sea femenina en relación a él, aparentemente pasiva, aunque en realidad motor inmóvil activo. Al mismo tiempo, el druida es masculino con respecto al rey, que a su vez es también masculino con respecto a su reino, porque como ya se ha dicho a propósito de un contexto diferente aunque análogo, “es el principio no-ético el que sanciona o prescribe lo que la armonía cumple o evita” . En el mundo de los celtas, la función guerrera está propiamente dividida en dos. Hay primero, un reflejo del prototipo divino Ogmé, dios de la guerra aunque él mismo no la haga, el rey “inactivo en el sentido de no combatir en persona, pero “actuando” porque su presencia basta para garantizar el éxito (“regulador” de la sociedad, en ella comprendida la “tercera función”, el rey es, al contrario del campeón, dispensador de energía)” ; y el campeón, gran consumidor de energía, activo pero no generador de la acción, cuyo arquetipo céltico es el héroe solar no soberano CuChulainn. El carácter inmóvil, la “centralidad” del rey “actuante” es a veces tan destacada que el rey de Irlanda está obligado a prohibiciones de desplazamiento.
Otro esquema tradicional fundamental está presente en la tradición céltica: el del “rey del mundo”. La Galia nos ha legado un testimonio muy interesante: “La tradición del “rey del mundo”, que es también un “rey perpetuo”, no demostrado en la Galia por un individuo sino por un nombre étnico, el de los Biturigios , que se descompone en bitu-, “mundo” y “edad” al mismo tiempo, y rigios, plural de rex “rey”. Los biturigios, cuyo nombre ha producido en francés, según la sílaba tónica acentuada, Berry (biturigios) y Bourges (biturigibus en el plural del dativo latino), situados geográficamente en el centro de la Galia y vecinos del locus consacratus, lugar consagrado que existe en el centro de la Galia, según César, en la región de los carnutos y donde los druidas tenían su asamblea general”. También se encuentran trazos de esta concepción en el nombre latino de Milán (Mediolanum), ciudad fundada por los galos, y en la división de Irlanda: cuatro condados Connaugth, al oeste, en relación con la ciencia; Ulster, al norte, relacionado con la batalla; Leinster, al este, ligado con la prosperidad; Munster, al sur, en relación con la música- circundan el condado central de Mide (Meath), tocante a la soberanía, condado del “medio” formada por elevación de una parcela de territorio sobre los otros y donde está situada la capital Tara. (Ver, TMI, pág-184).
Parece tener bastante importancia el cuatro en el mundo celta. Son cuatro las grandes fiestas que marcan el ritmo del año: Imbolc, la fiesta de la fecundidad al final del invierno; Beltaine, fiesta sacerdotal por el inicio del Verano; Lugnasad, fiesta política del buen gobierno, ligada a la clase real y a Lug “Samildanach” (Lug “politécnico”); y Samain, período cerrado cuando el sid, lo sobrenatural, invade el mundo de los hombres. En cuanto a los atributos simbolizando la soberanía y evocando el hábitat primitivo de los dioses, ellos también existen en número de cuatro. “Es gracias a Farias que fue llevada la Piedra de Fal que estaba en Tara. Ella estaba bajo cada rey que tomaba Irlanda Es por Garias que fue llevada la lanza que tenía Lug. Ninguna batalla fue ganada contra ella o contra el que la llevaba en la mano Es gracias a Findias que fue llevada la espada de Nuada. Nadie pudo escaparse a ella cuando fue sacada de la funda de la Bodb y nadie pudo resistirse Gracias a Murias que fue llevado el caldero del Dagda. Ninguna tropa la abandonaba insatisfecha”.
Todo lo precedente basta, nos parece, para dar una idea de la calidad y del interés excepcional de las obras de Françoise Le Roux y Christian J.Guyonvarc’h , concebidas también para ayudar al profano a orientarse en una materia tan compleja. Es señalable que al final de La civilisation celtique, figura una serie de cuadros de gran utilidad, mientras que en Les Druides encontramos un anexo de textos irlandeses y galeses medievales y un glosario muy completo. En TMI cada texto es seguido de abundantes notas explicativas, de las cuales hemos utilizado varias para esta recensión. Esta obra será completada en poco tiempo con un volumen copioso de comentarios religiosos, libro que esperamos con impaciencia, verdadero trabajo de benedictino.
Al principio de su libro sobre el sacerdocio céltico, los autores que poseen una idea muy alta de la Tradición, afirman que “los druidas han sido los detentores de la única forma de tradición conocida en Europa” . No podemos compartir un juicio tan tajante: aunque sin embargo es forzoso reconocer la extrema singularidad de la tradición céltica en el seno del mundo occidental, ejemplaridad que tiende a la omnipresencia de la clase sacerdotal, de la autoridad espiritual. La tradición céltica pertenece hoy al pasado, pero “el mito, mientras sea transmitido y repetido fielmente, estará siempre vivo y será perpetuamente eficaz” , como afirman Le Roux y Guyonvarc’h , lejanos sucesores de los “doctores” irlandeses y testigos de la perennidad de la intelectualidad tradicional en Occidente.
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Traducción: Federico Traspedra. Artículo publicado en el boletín n. 7, 2001.
De http://es.geocities.com/sucellus23/979.htm
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