Imago Dei

Dedicado a Frithjof Schuon

Un padre de la Iglesia decía con razón que Dios se hizo hombre, para que el hombre se hiciera Dios (1). Por su parte, la Biblia enseña que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios.

El espíritu que reside en ambas expresiones, es, por cierto, el mismo, aun cuando alguien creyere otra cosa. Pues, ¿no revelan las citadas frases que la esencia del hombre es antes que todo divina? De lo que se infiere que el hombre es Dios en potencia; lo que revela necesariamente la existencia de una substancia original, primigenia, partícipe de la Divinidad.

Pero, de inmediato surge la pregunta que interroga acerca de la perfección divina y la imperfección humana. Es decir, ¿cómo puede concebirse que el hombre, habiendo sido creado a “imagen de Dios”, sea imperfecto, y por tanto un accidente sometido a otros accidentes? ¿Cómo es posible que la humanidad sufra los límites – especialmente, espacio-temporales – que, sin embargo, Dios no conoce?

Un contrasentido parece habitar entre los textos cristianos reseñados y lo que vemos y vivimos a diario. Y, sin embargo, un estudio más profundo nos permitirá aprehender la solución de tal paradigma.

En efecto, no hay duda que el Adam Kadmon de la tradición cabalista, es decir el hombre primigenio, fue una imagen divina. Dotado de eternidad, libertad y salud, sin embargo, conocía de una prohibición, cuya desobediencia finalmente acarrearía su propia ruina. La caída del hombre primordial fue el efecto de una sanción a la vanidad, al humanismo (2) que desde hace siglos ya es culto. Pues, ¿no fue acaso el deseo de Adán de venerarse a sí mismo – situación que el mito de la Manzana quiere expresar -, lo que implicó no hacer caso a Dios?

El primer mandamiento, lo sabemos, es venerar a Dios por sobre todas las cosas. Ello conlleva someterse a la voluntad divina; dejar de lado el ego. Así, Adán incumplió la norma de las normas en teología cristiana, cual es amar – y por tanto, obedecer – a Dios por sobre todas las cosas. He allí el origen de la que sin duda es la máxima sanción aplicada a la humanidad: ser desterrada del plano edénico.

El hombre al desobedecer al Padre, ha negado su naturaleza y origen divinos, revelando que le es más seductora la serpiente y la mujer que la voz y el mandato de su creador.

Pero que el hombre haya sido en un principio una Imago Dei, no implica que siempre lo siguiera siendo, lo cual, como hemos indicado, cambió ominosamente a partir del pecado de Adán, que corresponde “históricamente” a la segunda caída. Mientras que la primera – la del ángel rebelde – en un sentido ontológico representa la caída del macrocosmos; la de Adán, en cambio, simboliza la del microcosmos.

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El hombre moderno es un ser que poco o nada se parece al Adam Kadmon. Y, sin embargo, Dios en su infinita bondad salvó el alma del hombre, a través de la Encarnación. Pues en Cristo o Dios-hecho-hombre hay una vía que es ante todo humildad; es decir, una invitación a dejar a un lado la voluntad luciferina o prometeica, que sólo conlleva ruinas, para el cosmos y el hombre. ¿No ha sido esta voluntad prometeica la que llevó a la humanidad a la Revolución Francesa, al nacimiento de los totalitarismos, a la bomba atómica, a la destrucción de los ecosistemas en nombre de la “civilización”? El culto al hombre-en-cuanto-hombre es, como toda veneración de carácter no divina, un paso directo al vacío. El sustento de la vida es Dios. Y así tiene pleno significado la creencia musulmana según la cual “No hay más Dios que Dios”; es decir, que sólo Él es Dios.

Omnipotencia y Omniposibilidad a la vez.

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Si hoy el hombre vaga desconsolado tras las cosas, huyendo de su alma divina (3), es porque reniega de su intrínseca naturaleza. Conducido por “instintos” o pasiones, su razón muchas veces es la herramienta de su propia caída. Pues si aquélla no va unida a la fe, fácil es participar en una falsa filosofía, aquella que distancia al ser humano de los problemas esenciales como de su realeza divina, para empujarnos hacia un laberinto donde el Minotauro se llama razón. Nueva Babilonia, donde importa más la letra que el espíritu.

La figura divina en el hombre parece haberse desdibujado con el paso del tiempo, quedando en su lugar una forma espectral y un corazón que no sabe orar. Los lazos macro-microcósmicos cada día se hacen más lejanos. La escala de Jacob, aquella que el Mutus Liber nos muestra como puente que comunica a los seres de los dos mundos – celestial y terrenal -, y por donde el hombre sube al cielo, y los ángeles descienden, ya no está erguida. Los modernos al adoptar una falsa ciencia, pues una ciencia sin consciencia no es tal ( ya que carece de fundamento teológico), se han alejado de la naturaleza y de lo que ésta – a través de lo creado – quiere comunicar.

Por ello, los Sufíes practican el Dhikr (recuerdo de Dios), los Judíos el Kidhr, los Buddhistas e Hindúes la meditación, y los Cristianos rezan. Recordar es ante todo actualizar la Imago Dei en nosotros. Es hacernos nuevamente partícipes del misterio de lo Omnipresente. Integrarnos a lo Omniabarcante.

Instancia magna, que, durante un instante “usurpado” a la eternidad, no conocerá de palabras. Pues donde subyace la Paz, Dios habita.

NOTAS:

1 Frithjof Schuon en Tras las huellas de la religión perenne (José J. de Olañeta, editor. Barcelona, 1982, p.13) traduce esta frase a un lenguaje vedantino, diciendo: “lo Real se ha hecho ilusorio a fin de que lo ilusorio se haga real; Âtmâ se ha hecho Mâyâ a fin de que Mâyâ realice Âtmâ“. Otro análisis del mismo autor referido a este asunto, se encuentra en el capítulo “Esquema del mensaje cristiano” del libro Raíces de la condición humana (José J. de Olañeta, editor. Barcelona, 2002, p.93)

2 Cuando ocupamos este término -humanismo- hacemos una concesión al lenguaje ordinario. En un sentido superior, sin embargo, humanismo es igual a decir naturaleza divina; porque ésta emana de Dios. Lo “propiamente humano” en verdad no existe; es sólo la adopción de caracteres e impulsos inferiores, de naturaleza bestial o directamente luciferina. Decir hombre implica en buena lógica reconocer de inmediato su vínculo divino; pues aquél sin Dios no sería nada. Ver la nota a “Consecuencias que se desprenden del misterio de la subjetividad”, capítulo del maravilloso texto De lo divino a lo humano de Frithjof Schuon (José J. de Olañeta, editor. Barcelona, 2000). Digamos de paso que en próximos estudios volveremos sobre el asunto “humanista”, pues aquí subyace una visión de las cosas antagónica al Espíritu, y, por lo mismo, ¡atentatoria del mismo hombre!

3 Es precisamente a este fenómeno – que es alabado por quienes contradictoriamente se llaman “humanistas” – que denominamos “exteriorización imprudente” o “vaciamiento en las cosas”. Pues si bien es propio de lo humano – en cuanto partícipe de la naturaleza divina – el querer expresar y comunicar, no es menos cierto que no puede hacerse de aquello una rutina, de tal forma que pierda su fundamento y sentido originales. Llama la atención aquella avidez de muchos por querer aparecer en televisión (un caso extremo y patético, es el del reality show, donde la intimidad es entregada a los televidentes a cambio de fama ), participar en recitales masivos, usar ropa provocativa, etc. Todo ello es ejemplo del abuso de expresión. La exteriorización sin límites deriva en perversión.

En un sentido profundo, el extraviarse en las cosas, es dar algo de uno a éstas, lo que es constitutivo de un peligro para el hombre que las ciencias actuales ignoran. De allí que los pueblos antiguos creyeran que el portar consigo una parte del cuerpo de un animal, implicaba poseer algo de aquél, lo que los llevaba a elegir para la caza al mejor de su especie.

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(Santiago de Chile, Mayo de 2003)

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