Lovecraft contra la modernidad

Hablar sobre H.P.Lovecraft (1890-1937) no sólo es referirse a terror cósmico, mitos venidos de tiempos perdidos para la memoria del hombre, cultos espantosos de inconcebible significación, libros prohibidos y a una demonología bastante personal. Si así fuera, simplemente Lovecraft no ocuparía el puesto que hoy se le reconoce en las letras ( y escribo esto considerando exclusivamente a los lectores; los críticos aun libran debates en torno a quien es por lo demás un personaje controvertido). Lovecraft es además un visionario, un psicólogo de nuestros miedos y aquello que nadie parece darse cuenta: un crítico de la modernidad y de su hija, la ilusión pos-moderna .Y es justamente este el aspecto –metapolítico, por lo demás- de la obra lovecraftiana que aquí deseamos tratar, no sin antes hacer una muy sintética biografía.

Nacido en Providence, Nueva Inglaterra, Estados Unidos, Lovecraft fue educado exclusivamente por su madre y tías. De manera autodidacta devorará todo tipo de saber; sumergiéndose a tempranísima edad en los cálidos manantiales de la letra impresa y comenzando el lento camino de escribir. Su primera historia The Noble Eavesdropper, según el estudioso lovecraftiano S. T. Joshi, dataría de1896. Lovecraft creó sus propias revistas, que distribuirá entre amigos, desde los nueve o diez años. Posteriormente publicará artículos de astronomía en revistas como The Pawtuxet Valley Gleamer y The Providence Sunday Journal. Sin embargo, será en el fanzine Weird Tales (1923-1954) donde se editará la obra que lo hará eterno.

Aunque según muchos su vida fue la de un recluso, no se puede decir que estuvo “desconectado” del mundo. Sabía muy bien lo que allí ocurría. La información recibida en sus paseos por Providence y los viajes a otras ciudades (New York, Boston, Florida, etc.) era complementada por libros, diarios, revistas, y por el medio de comunicación que más veneraba: las cartas. Además tuvo la suerte de contar con excelentes amigos, quienes frecuentemente lo invitaban a sus hogares.

Lovecraft amaba su mágica Providence. y también a aquella nación que dejó a sus hijos allí: la Inglaterra de los puritanos. No la Inglaterra del siglo XX, sino aquella dueña de valores propios, totalmente contrarios a lo que engloba lo “moderno”. Igual admiración recaería en la legendaria Roma imperial. El profundo conocimiento que tuvo de la historia de esta última no deja de causarnos admiración. Basta leer, por ejemplo, la carta escrita a su amigo, el escritor de ciencia ficción, Donald Wandrei, el 2 de noviembre de 1927, para percibir el estudio que dedicó a estas materias.

De todas las críticas al mundo moderno – Nietzsche, Guénon, Evola, Heidegger, Jünger, Benoist, etc.- posiblemente la más original, junto con la de Céline, sea la de Lovecraft. Esta no es la postura del filósofo o del político, sino la del poeta. Se critica la modernidad no tanto por su injusticia, por su sistema económico basado en la “moral” del mercader, por su devoción al consumismo – aunque nadie podría negar que esto importa- sino por su fealdad intrínseca. Fealdad en la arquitectura, fealdad en el lenguaje, fealdad en la forma de concebir la vida…fealdad en las miradas. Esta visión, la visión crítica del poeta, la hallamos en otros hombres de letras, como Pound o Mishima, pero en Lovecraft adquiere un carácter único, menos polémico y más pesimista. ¿O sería mejor decir realista?

Si bien HPL (las iniciales de su nombre) se definía a sí mismo como una persona de ciencias, materialista mecanicista y “conservador en cuanto al método y la perspectiva general”, la verdad es que en su obra nada o muy poco hay de aquello. La crítica hecha en sus relatos a la estrechez de la ciencia y el racionalismo, lo acerca a un autor admirado por el propio Lovecraft ( y con él la dupla Bergier-Pauwels): Charles Fort. Para ambos, la ciencia es lo que sirve para esconder la realidad primordial, lo que acecha en nuestra mente y que habita en todo eón y en todo espacio; en fin, aquello que constituye el misterio de la vida.

Mas que racionalismo hallamos en Lovecraft gnosticismo. Ya Serge Hutin en su libro Los gnósticos lo notaba.

Un problema con que topamos al intentar entender la vida (¿o debiéramos decir las vidas?) de HPL y que se relaciona sobremanera con lo que estamos tratando, es la postura frente a la democracia norteamericana y su supuesta simpatía hacia el fascismo.

Este es un tema difícil, donde la especulación ha llegado a lo más atrevido. No deja de ser llamativo que se haya escrito un texto dedicado especialmente a este asunto: El libro de Lovecraft, de Richard Lupoff (Valdemar Editores, España, 1992). Hacer preponderantes las ideas políticas en autores no políticos, es algo no muy original en estos tiempos. Piénsese en el inquisidor Victor Farías y su condena al filósofo Heidegger, por citar un solo y reciente caso.

Creemos, sin embargo, que la postura “política” lovecraftiana, la que no deja de ser más que eso, una posición ideológica y no práxica, es demasiado personal para ser encasillada en los totalitarismos de signo fascista. En verdad, corresponde al ideal del noble inglés de los siglos XVIII y XIX o del aristócrata romano. Precisamente el paradigma contrario al representado en el “American way of life“, que hoy es universal.

Lovecraft, como algunos escritores (Robert E. Howard, A. Machen y C.A.Smith, son otros casos paradigmáticos), hace de la fantasía un arma para arremeter contra el mundo moderno. La fantasía (que no es lo mismo que evasión) es uno de los grandes poderes y posibilidades de la literatura, que tiene como nota característica la facultad de crear o revivir el mundo que deseamos. De inmediato surge la interrogante acerca de cuál es el mundo anhelado por HPL. Del todo cierto es que no es el mundo descripto en El llamado de Cthulhu (1926) o en El modelo de Pickman (1926) – aunque sin embargo, estos escritos nos aportan elementos de la crítica lovecraftiana: el primero es un ataque a la frágil seguridad en la que vive la sociedad actual; y el segundo hacia la idea de que “sólo existe lo que vemos”- .

El mundo soñado por el escritor de Providence es el que describe en sus obras “dunsanianas” (el neologismo hace referencia a la influencia que dejó en HPL el decimoctavo barón Dunsany, escritor de una poética fantasía) como Los otros dioses, El árbol, etc., y en aquellos cuentos más propiamente “lovecraftianos” como La poesía de los dioses y el mágico relato La llave de plata. En este último, HPL escribe: “Pero cuando comenzó a estudiar a los filósofos que habían derribado los viejos mitos, los encontró aun más detestables que quienes los habían respetado. No sabían esos filósofos que la belleza estriba en la armonía, y que el encanto de la vida no obedece a regla alguna en este cosmos sin objeto, sino únicamente a su consonancia con los sueños y los sentimientos que han modelado ciegamente nuestras pequeñas esferas a partir del caos”.

Donde la visión antimoderna alcanza mayor intensidad es en el relato, casi desconocido, intitulado La Calle, que trata de las etapas en la vida de una calle determinada, la que finalmente toma venganza contra los hombres por el olvido de las tradiciones. El amor por las costumbres coloniales y la tristeza por lo que ha impuesto el vertiginoso devenir, es descripto de forma que no deja dudas sobre el pensar de Lovecraft. También en “Él” la visión del futuro es apocalíptica. Lo que HPL trata en “La Calle” se transforma en “Él” en la historia crepuscular de una ciudad: New York. Anotemos de paso que la descomposición de entidades colectivas – una calle, una ciudad- recuerda “La Caída de la Casa Usher” de Edgar A. Poe.

Lovecraft será un outsider ( como el personaje del cuento lovecraftiano de idéntico nombre, escrito en 1921). Quizá esto lo hará percibir procesos políticos, económicos, y por sobre todo, espirituales, que los demás no pudieron vislumbrar. Y esto lo expresará con una terrible fuerza: “Todos los ideales de la moderna América – basados en la velocidad, el lujo mecánico, los logros materiales y la ostentación económica – me parecen inefablemente pueriles y no merecen seria atención”.

Como otros dos colosos de la literatura fantástica, Poe y Machen, Lovecraft sufrirá el desconocimiento de sus compatriotas y de su tiempo. Al igual que los escritores señalados sólo será reconocido décadas después de su muerte y en la lejana Francia, cuna de otro mago: el poeta Baudelaire.

Lovecraft, lúcido como siempre, había dicho en “Él“: “Pues aunque me he calmado, no puedo olvidar que soy un intruso; un forastero en este siglo y entre los que aun son hombres”.

* * *

(Publicado originalmente en revista “Ciudad de los Césares”, N° 46. Invierno de 1997. Santiago de Chile, p. 25 y 26. La presente versión posee algunas modificaciones).

Condividi:

Lascia un commento

Il tuo indirizzo email non sarà pubblicato. I campi obbligatori sono contrassegnati *