La Civilización Céltica

“Si la excelencia de las razas debe ser evaluada por la pureza de su sangre y la inviolabilidad de su carácter, ninguna puede disputar en nobleza a los restos aun subsistentes de la raza de los Celtas. Tal era la opinión de Ernst Renan.

Estos “restos de la raza de los Celtas” no han dejado de inspirar a los investigadores. Jean-Jacques Hatt, conservador del museo arqueológico de Estrasburgo ha hecho publicar un estudio titulado Celtas y galorromanos. El joven arqueólogo Guy Rachet no hace mucho dio a luz un ensayo sobre la Galia céltica. La revista Nouvelle Ecole consagró dos números especiales a la civilización céltica. Jacques Harmand, maestro de conferencias de la facultad de letras de Clemont-Ferrand, también ha publicado una extensa obra sobre Los celtas. El surrealista bretón Jean Markale, profesor de letras en París, autor de Los celtas y la civilización céltica, también ha editado sendos ensayos sobre La epopeya céltica de Irlanda y La epopeya céltica de Bretaña, dos textos de una interpretación muy contestable, pero que cuentan con traducción en quince idiomas.

Originarios de Bohemia y Turingia

Para los antiguos, los Celtas eran los hombres que venían del frío. “Aquellos que habitan más allá de Iberia -escribía Aristóteles- viven en un clima frío que dificulta la existencia”.

De los habitantes de la Galia, el historiador latino Ammiano Marcelino (siglo IV antes de nuestra era) dijo que “forman un pueblo que se llaman los Celtas, del nombre de un rey de los gálatas, que los griegos nombraron galos”.

Hacia el año -2.200, las primeras tribus indoeuropeas, portadoras de la cerámica del torno y del hacha de guerra, hicieron su aparición en el este de Francia. Ellas introdujeron la rueda, el caballo y, según parece, el perro doméstico.

Hacia el -1.500 (edad media del bronce), hacen su aparición los primeros túmulos funerarios que albergan las cenizas de los protoceltas.

Hacia el -1.250, las grandes oleadas célticas recorren Bélgica, los Países Bajos, Inglaterra, Francia, Suiza y España. Esta dispersión está ligada a la extensión de la cultura de los “campos de urnas” en la Europa central, y quizás a las catástrofes naturales que quisieron perpetuar en recuerdo las leyendas de la Atlántida y de la ciudad de Ys, sumergidas por las aguas.

Escribiendo sobre los pueblos de la Galia, Ammiano Marcellino en efecto relata: “las gentes de más allá del Rhin hubieron de abandonar sus hogares debido a las vicisitudes de la guerra, ya que otros pueblos más belicosos ocuparon sus tierras buscando refugio de las aguas del mar y de los ríos desbordados, que habían anegado su patria”.

“Es posible -escribe Rachet- que ciertas inmersiones costeras de la época del bronce, como las que sucedieron en las riberas alemanas del Mar del Norte o las que causaron el hundimiento de los establecimientos vecinos de la isla de Heligoland, fuesen la causa de grandes migraciones de pueblos oriundos de estas regiones que buscaban escapar a otros cataclismos”.

La cuna de los Celtas propiamente dichos se sitúa en la región centroeuropea que limita al Oeste con Baviera y al Este con Eslovaquia, más precisamente en Bohemia y en Turingia.

A los ojos de los antiguos, la Germania no era más que una subdivisión de la céltica.

“Comparados a los Celtas -escribe Estrabón-, los germanos presentan pocas diferencias. Son, por ejemplo, de costumbres más rudas y salvajes, de una talla un poco más elevada y de un pelaje un tanto más rubio, pero entre ambos se descubren una misma lengua y un mismo género de vida. Han sido los romanos quienes les han dado este nombre de germanos con que se apelan, palabra que, en su lengua, designa a los hijos de un mismo padre o una misma madre”.

Los especialistas distinguen, respecto a la era céltica, dos grandes periodos, que corresponden a dos localidades particularmente importantes: Halstatt, en Austria, a partir del 900 antes de nuestra era, y La Tène, en Suiza, a partir del -600.

El Imperio Céltico

Situada en las orillas del lago Neuchatel, la aldea de La Tène está situada a unos pocos cientos de metros de un antiguo modesto campamento céltico que, al parecer, sirvió de estación de peaje. Allí se han descubierto una serie de joyas, armas y aparejos especialmente bien conservados. La aldea ha servido para dar nombre al segundo periodo de la cultura céltica. Hacia el año -600, los Celtas de la región de La Tène se pusieron en marcha hacia el Sur y hacia el Oeste. Empujaron a los ilirios hasta el bajo Danubio, atravesaron Tracia y Macedonia y, a través de los Dardanelos, entraron en Anatolia y en el Asia Menor. Fundaron la ciudad de Sigidunum (la actual Belgrado) poco antes de asaltar el templo de Delfos con 150.000 hombres. Otro ramal salvaba los Alpes invadiendo la Italia septentrional. En el año -381 acampan frente a la muralla capitolina, en Roma. En ese momento, su imperio se extiende por territorios inmensos. Pero, a causa de su desorganización, su existencia será breve.

“La oleada expansionista fue descrita por los pueblos del Mediterráneo -comenta Harman. Posidonio, Estrabón y otros geógrafos e historiadores son conscientes que para recorrer la mitad de Europa, para saltar de los Alpes a los montes Tauros, los Celtas no han necesitado más que una decena de años”.

Por todos los lugares se descubren las huellas de los “Gaels” (los Celtas): en el País de Gales, en la Galia, en la Galicia española, la Galizia rusa y la Galatia turca, pero también (alteración de Gal– en Wal-: Walles, “País de Gales”) en Valonia (“Wallonia”) y en Valaquia, etc.

Al Oeste los Celtas chocan con los íberos y los ligures, fundiéndose con los primeros y sometiendo a los segundos. Poco es lo que sabemos de estos pueblos. Su origen es muy discutido y no está demostrado. Los íberos han sido identificados entre los protoindoeuropeos o entre los descendientes autóctonos europeo-occidentales que, durante la edad de piedra, ocuparon las costas desde Gran Bretaña hasta el norte de África. Algunos investigadores británicos han querido identificar el antiguo nombre de Irlanda, “Hibernia”, con una “Hiber Land” (“Tierra de los Iberos”). Los más recientes estudios emparentan a los íberos con un pueblo indoeuropeo que habría emigrado a España desde el Cáucaso, donde existe otra región llamada Iberia. Sea como fuere, todo el centro de la España antigua era nombrada Celtiberia. Hoy también parece evidente que los celtíberos no resultaron de una unión sanguínea entre Celtas e íberos, sino que la palabra quería significar a “los Celtas de Iberia”.

La identidad de los ligures, campesinos dolicocéfalos de baja estatura, es todavía más incierta. Parecen ser los habitantes originarios (cromagnoides) del sur de Francia y el norte de España. Estrabón y Posidonio señalan uno de sus pocos rasgos conocidos: eran monoteístas. Su rastro ha quedado marcado por los cientos de toponímicos que incluyen el nombre de su dios (Lug), desde Lyon (Lugdunum), hasta Lugo, en Galicia.

En la Galia, el periodo de La Tène comprende la segunda edad del hierro, desde el -475 hasta la pax romana. Aparece primero en Champagne (civilización de “marmien”), después en Borgoña y más tarde en la región parisina y en Bretaña.

La personalidad de los “Celtas continentales” se afirma rápidamente. Bajo su influencia, la Galia se transforma. Las poblaciones indígenas se someten. Las ciénagas son desecadas. Los Celtas se empeñan en la tarea de desbrozar y explotar el terrible bosque herciniano, que había permanecido virgen durante milenios. Desarrollan, con suma habilidad, la metalurgia del hierro para su utilización en aperos agrícolas.

El país es rico en minerales. Abundan en oro y el hierro. La Galia queda situada en el centro de las grandes vías comerciales de la Antigüedad: la ruta del ámbar, que parte del Mar del Norte y Schleswig, y la ruta del estaño, que alcanza por vía marítima las islas Casitérides (las islas Scilly, en la costa de Cornualles), para desembocar ambas en el Mediterráneo.

La ganadería comprende las aves de corral, la oveja, los bóvidos y, sobre todo, el cerdo, animal criado de manera semisalvaje que casi alcanza el status de tótem y que, según Estrabón, eran tan vigorosos que los mismos lobos se cuidaban de atacarles.

El dios del martillo y la diosa de los caballos

J. A. Mauduit, especialista en arte prehistórico y autor de un ensayo sobre La epopeya de los celtas, ve en “lo celta” “un modo ve vida estable antes que una visión del mundo nómada”. Y Precisa: “Al contrario que el mediterráneo, hombre de la ciudad, el celta fue un hombre del campo, en comunión directa con las fuerzas de la tierra y de la naturaleza. Su religión fue una religión del Sol”.

No es exactamente así. Más parece una religión del cielo, y de un cielo solidamente unido a la tierra. El dios principal del panteón galo, Teutatis, presenta el tipo de “divinidad nacional”. Su nombre proviene de tuah (“tribu”) y tais, forma antigua diminutiva del galo tad (“padre”). La traducción es evidente: “Papá del pueblo”, “Padre de la Patria”.

Entre los otros dioses célticos figuran Esus, Lug (adaptación del Lug de los ligures), Dagda, Taranis (el dios tronante portador de la rueda solar), Brigit (la Santa Brígida de la tradición cristiana), Epona (la diosa de los caballos y las cosechas), etc.

Sucelus, el dios del martillo (pariente cercano de Thor, el “dios del martillo” de los antiguos germanos y, sin duda, de Perkunas, el dios eslavo del rayo), tuvo un rol especialmente particular, como se deja suponer en sus numerosas supervivencias.

“En Bretaña, todavía a finales del siglo XIX – relata Mauduit – persistía la tradición del “martillo de la buena muerte”. Se trataba de un mazo que servía para evitar las agonías dolorosas. El más anciano o la más anciana de la aldea, después de avisar al moribundo, le aplicaba la eutanasia golpeándole sobre la cabeza y simulando abrir el cráneo en el momento del último suspiro”. También es conocido que el fallo de un juez no es efectivo hasta que no golpea el atril con su martillo, o que el fallecimiento de un papa no está certificado hasta que el secretario del colegio cardenalicio no golpea su frente con un martillo después de pronunciar la fórmula ritual: “El papa ha muerto”.

San Patricio y Ossian

Las fiestas principales de la cronología de los celtas son cuatro: Imbold, el primero de febrero, que ha sobrevivido en la festividad de la Candelaria; Beltaine, el primero de mayo, que corresponde a la célebre “noche de Walpurgis”, fiesta celebrada en Alemania y en toda la Europa central; Lugnasad, el primero de agosto, fiesta del dios Lug, que en la época de Augusto se confundió con la onomástica del emperador y devendría la gran fiesta “federal” de la Galia romanizada; Shamain, el primero de noviembre, día en que los antepasados pueden irrumpir en el mundo de los vivos, en el que el mundo cristiano celebra la noche de difuntos y los anglosajones su festividad de Halloween.

Contrariamente a la opinión generalizada, el druidismo no aparece sino a finales del siglo VI antes de nuestra era, y siendo un culto importado del exterior.

“Los druidas – comenta Guy Racher – son figuras desconocidas en las comunidades célticas de la Europa central y oriental. En la época de César están perfectamente asentados en la Galia, a donde llegaron desde el sur de Inglaterra. Todo indica que son los herederos de una vieja casta sacerdotal de los pueblos autóctonos de la Gran Bretaña meridional, a la que los Celtas habrían permitido continuar con sus ritos”.

Y añade: “Más precisamente, ¿por qué no habrían de ser los herederos de los hiperbóreos de los que hablaba Diodoro, habitantes de una gran isla frente a la Céltica (que no puede ser otra más que Inglaterra) y que se consideraban todos sacerdotes de Apolo Hiperbóreo, al que celebraban cada año con himnos y cantos en un gran templo circular ornamentado con ricas ofrendas? Este templo se ajusta perfectamente a la descripción del monumento megalítico de Stonehenge”.

Alwin Rees - Brinley Rees, Celtic HeritageAl igual que en toda Europa, el paganismo y el cristianismo hubieron de enfrentarse en la antigua Celtia. Un viejo texto irlandés, conservado en varios manuscritos, relata el diálogo legendario entre Ossian y San Patricio. Ossian empieza recordando las aventuras y las gestas de los tiempos antiguos, las cacerías, las fiestas de la corte y los músicos al servicio de los viejos reyes. “Si ellos aun estuviesen aquí – dice a Patricio -, tu no recorrerías los campos con tu tropa cansina de recitantes de salmos”. Y más tarde añade: “Este es mi relato. Aunque mi memoria ya es débil y el reuma atormenta mis huesos, prefiero continuar cantando las gestas del pasado y vivir las glorias antiguas. Soy viejo y mis días están contados. Mi mano ya no puede sostener la espada ni mi brazo puede arrojar la lanza. Mis últimas horas están condenadas a permanecer entre los tristes cantos de los clérigos, esos salmos que han tomado el lugar de las canciones de la victoria”.

Renan, comentando el texto, escribe: “No conozco más curioso espectáculo que el de esta revuelta de los sentimientos viriles del heroísmo contra el sentimiento femenino que fluye a borbotones en el nuevo culto. Lo que exasperaba, en efecto, a los viejos representantes de la sociedad céltica era el triunfo exclusivo del espíritu pacífico, de estos hombres vestidos de lino que cantaban salmos de voz triste, que despreciaban la juventud y que no conocían a los héroes…>> (Ensayos de moral y de crítica).

El último rey pagano de Irlanda fue Loegaire. Patricio no consiguió su conversión. Quiso ser enterrado de pie, con todas sus armas. Pero Arturo, que había abdicado de su divinidad, al finalizar hizo rezar un pater noster. Ossian acabó sus días en un claustro. El mismo Merlín, según una leyenda difundida por los monjes, se rindió a los argumentos de San Colombano.

Los Celtas se tomaron su revancha. El cristianismo fue penetrado por el influjo de sus mitos. De ahí la larga lucha de las iglesias bretonas contra las pretensiones romanas, descritas por Agustin Thierry. De ahí Scoto Erígena, Duns Scoto y los razonamientos intelectuales de los monasterios irlandeses, que dejaban perplejos a los nuncios latinos.

El gaélico y el britónico

Las lenguas célticas constituyen la rama más occidental de las lenguas indoeuropeas. Comprenden las lenguas gaélicas o “q-célticas” (que conservan la “q” del indoeuropeo “kwe”, como en el latín equus, “caballo”) y las lenguas britónicas o “p-célticas” (que transforman la “kwe” en “p”, como en el griego hippos o el galés epos, “caballo”).

Hilda Roderick - Ellis Davidson, Myths and Symbols in Pagan Europe: Early Scandinavian and Celtic ReligionsEn el primer grupo figuran el gaélico irlandés, el gaélico escocés y el manx (hablado en la isla de Man). También engloba al celtíbero, que conocemos gracias a unas pocas inscripciones como la célebre placa de bronce de Botorrita. El segundo grupo comprende al antiguo galo (que desbordaba los límites de la Galia histórica), el galés, el córnico (la lengua de Cornualles) y el bretón.

El céltico continental (el antiguo galo) desapareció primero de la Europa central siendo sustituido por el germano, y después de la Galia por influjo del latín.

Otras lenguas han sobrevivido. Cíclicamente, los restos del mundo celta suelen pasar la prueba de un “Renacimiento” bajo la influencia de tendencias políticas y culturales. Aunque el francés fue declarado lengua oficial siete años antes de la anexión de Bretaña (1532), la lengua bretona es empleada cotidianamente por 750.000, de las que 25.000 son monolingües.

“La lengua bretona – escribe Paul Sérant – nunca fue hablada en la totalidad de la península armoricana. Pero desde el siglo X es la única lengua hablada al oeste de una línea que uniría las ciudades de Saint-Brieuc y Paimboeuf. Hoy día su dominio comprende la totalidad de los departamentos de Finisterre y Côtes-du-Bord y parte de Morbihan”.

Las leyendas de los pueblos célticos son la imagen de su arte: se entrezalan las unas con las otras. Los relatos tienen múltiples reanudaciones, los héroes tienen personalidades muy complejas. Recogida por los rapsodas irlandeses, los filid, y por los monjes cristianos, quienes censuraron un importante número de pasajes, la literatura irlandesa se compone de ciclos históricos y mitológicos (ciclo del Ulster, ciclo de Finn, ciclo de los reyes, etc.) en donde actúan los antiguos dioses del Eire, los Tuatha de Dannan, y los héroes legendarios, como Conchobar y Cuchulain.

“Los monjes irlandeses – explica Jean Markale -, desde el siglo X, transcribieron en lengua gaélica la mayor parte de las leyendas célticas paganas que hasta entonces habían sido transmitidas por vía oral, o quizás se conservaron en manuscritos anteriores”. Pero “Los monjes, aun cuando no modificaron todo aquello que no comprendían, suprimieron o tergiversaron los pasajes que consideraban ofensivos a su celo cristiano. Así resulta que nos han llegado una gran cantidad de textos, pero la mayor parte incompletos o deliberadamente truncados”.

El personaje más importante de la tradición gaélica es una especie de Hércules celta llamado Cuchulain. Un misterio pesa sobre su nacimiento. Su padre no sería otro sino el dios Lug, divinidad pancéltica honorada el primero de agosto.

Los grandes textos literarios

Cuchulain ocupa en los relatos irlandeses un lugar comparable al de Lanzarote del Lago en el ciclo de las novelas britónicas de la Mesa Redonda, popularizadas por Chretien de Troyes durante el siglo XII.

Desde su aparición, sobre 1155, escribe Joseph Bédier, “el romance en prosa de Lanzarote del lago fue considerado como el Espejo de la caballería, la Summa de toda cortesía, el Romance de los romances”. Las aventuras de Merlín, de Arturo y Gálahad, de Gauvain y Ginebra, de Pársifal y Lohengrim, nunca han dejado de ser justamente célebres. Nunca han dejado de ser reeditadas.

Book of Kells. Particolare

Las viejas leyendas célticas fueron redactadas entre los siglos IX y XV. Obras en prosa, poesía cortesana, literatura bárdica, grandes gestas épicas, obras de todo tipo literario que forman parte del patrimonio europeo. La Edad Media conoció las cuatro ramas del Mabigoni, textos galos conocidos por manuscritos tardíos que ofrecen una perfecta descripción de la antigua sociedad britónica. En el siglo IX estuvo muy difundida la Navegación de San Bandrán, un relato en latín que narra los viajes de un monje llamado Bandrán o Borondón, quien se embarcó en busca del Paraíso, en el que es fácil ver un avatar del héroe céltico Bran y su viaje al Tyr na n´Og, la tierra de las Hadas, y que no deja de recordarnos a los argonautas y la Odisea. Renan describirá la obra como “una de las más altas creaciones del espíritu humano y la más completa expresión del ideal de los Celtas“.

En 1155 Robert Wace traduce la primera historia de Arturo al francés. En el siglo XIV las obras del poeta galés Dafydd ap Gwilym (1320-1380) conocerán una fama multinacional. Durante el siglo XVI, la poesía bretona no es la menos renombrada: Marie de France cita el “Lay du Laustic” (del bretón eostig, “ruiseñor”).

Sin embargo, todos estos textos no entraron sino hasta fechas muy tardías en las antologías literarias. “Hubo un tiempo – escribe Jean Markale – en que las literaturas célticas fueron consideradas inexistentes. Los eruditos consideraban inconcebible pretender poner en paralelo las obras célticas o germánicas con las griegas y latinas”. Los pueblos del Norte eran bárbaros, tardíamente encauzados por la civilización. Ex oriente lux. De la antigua literatura irlandesa, J. P. Mahaffy dijo en 1889: “Lo que en ella no es estúpido, es indecente”.

Gracias al romanticismo, estas obras imprescindibles, que fueron transmitidas en los pequeños cenáculos de generación en generación, pudieron ser redescubiertas. Napoleón se entusiasmaba con los relatos de Ossian. El siglo XIX sufrió el virus de la “celtomanía”. Enseguida llegaron los arqueólogos, los historiadores y los lingüistas.

Al igual que los romanos, los Celtas “pensaron míticamente su historia”. En sus relatos, como en las sagas germánicas, se redescubren los temas de la tragedia griega: ética del honor y sentido del deber, inexorabilidad del destino. Estas analogías no han pasado desapercibidas para los investigadores.

“De hecho, todos tienen un fondo común indoeuropeo“, escribe Jean Markale al tiempo que precisa: “Los helenos, sobre todo los aqueos, se segregan de la masa aria más o menos al mismo tiempo que los celtas Gaels. Unos y otros habían compartido, además de la lengua, las mismas tradiciones y creencias, así como el mismo modo de ver las cosas”.

Amantes apasionados de la guerra

Describiendo los trazos característicos de la civilización céltica, Guy Rachet cita el régimen aristocrático y el rol de la nobleza, la dispersión de las ciudades, las alianzas de sangre, el intercambio de regalos, el sistema de la “clientela”, etc.

Entre los Celtas continentales, la autoridad paterna era muy estricta. La regla es la familia patriarcal monogámica. En Gran Bretaña e Irlanda las costumbres maritales eran más libres, tanto que en el siglo IV provocarán la indignación de San Jerónimo. “En Hibernia – escribe -, las gentes no se someten al matrimonio. Todo isleño que lo desea retiene una mujer y se abandona a sus pasiones del mismo modo que los animales”. Virtuosa exageración.

La mujer gala sigue a su marido a todos los sitios. “Los Celtas marchan al combate – relata Amnio Marcelino – acompañados de sus mujeres, que a veces guerrean con más fiereza que los hombres>>.

Plutarco, en su tratado sobre La virtud de las mujeres, cita el ejemplo de la gala Chiamara esposa de Ortiagon, que hizo decapitar al centurión romano que la había violado y arrojó su cabeza a los pies de su marido. “Mujer, le dijo Ortiagon, la fidelidad es algo bueno”. “Es aun mejor, respondió ella, que ningún hombre, excepto mi señor, pueda vivir después de haberme poseído”.

El comportamiento guerrero es una de las constantes del espíritu celta. Los galos fueron amantes apasionados de la guerra. Los autores antiguos subrayan su coraje al mismo tiempo que su indisciplina, lo que contribuía a sus derrotas.

Polibio, que fue testigo, lo relata: “El aspecto del ejército de los galos era imponente y terrorífico, sobre todo por el gran estruendo que formaba el número incontable de los cuernos y las trompetas, los únicos instrumentos que podían oírse por encima del griterío de los soldados”.

“Todos los pueblos pertenecientes a la raza de los galos – anota Estrabón – son amigos de la guerra, irritables y prontos para llegar a las manos, simples pero poco maliciosos, de tal modo que habilidad militar no suele acompañar a sus grandes esfuerzos”.

Soldados natos, fueron reputados mercenarios. Durante el siglo III antes de nuestra era, asegura Justino, “Los reyes de Oriente no se aventuraban en la guerra sin contar con una reserva de mercenarios galos”.

Sin disciplina, al combatir en masa perecían en masa. A la guerra seguían los sollozos de los cantos fúnebres y las evocaciones de los difuntos. Como relata la leyenda: “Cuchulain se puso a reír / y fue la última vez que rió Cuchulain. / Las sombras de la muerte le envolvieron. / Fatalmente herido / caminó con paso corto hasta un lago cercano / y en él se bañó”. En la orilla del lago, el héroe se ató a un pilar de piedra, a fin de no caer y poder así morir en pie.

Siglos más tarde, el bretón Chateaubriand evocará con tristeza y respeto a “los héroes errantes en medio de las cenizas, las nubes y los fantasmas”.

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Da oltre trent'anni, Alain de Benoist conduce metodicamente un lavoro di analisi e riflessione nel campo delle idee. Scrittore, giornalista, saggista, conferenziere, filosofo, ha pubblicato oltre 50 libri e più di 3000 articoli, oggi tradotti in una quindicina di lingue diverse. I suoi argomenti d'elezione sono la filosofia politica e la storia delle idee, ma è anche autore di numerose opere in materia di archeologia, tradizioni popolari, storia delle religioni e scienze umane.

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