Sobre la contribucion de la Romanidad a la nueva Alemania

Arno Breker, Bereitschaft
Arno Breker, Bereitschaft

Para las tareas a las cuales son llamados el pueblo italiano y el alemán, es bastante importante precisar los elementos por medio de los cuales la civilización de uno puede integrar el otro sin que con eso ninguna de las dos naciones deba renunciar a nada del propio orgullo nacional y gran pasado. Por lo tanto, la mirada debe dirigirse esencialmente hacia los orígenes comunes. Considerar las influencias, por así decirlo, de un pueblo sobre otro, puede ser peligroso, y en cada caso, quedará por encima de un plano superficial.

Hemos tenido a menudo la ocasión de hablar de los elementos con los cuales Alemania puede contribuir al desarrollo de nuestra nación. Este problema lo habíamos enfocado aproximadamente del siguiente modo: entre sus tradiciones la Italia fascista hoy ario-romana. Ahora, en muchos valores y elementos del estilo característico del mejor elemento alemán se precisan y se intensifican los mismos, en base a los cuales se formó, en sentido ario-romano, un nuevo tipo italiano, y se tiende a la superación de algunos componentes presumiblemente “mediterráneos”, los cuales están presentes también en el carácter de una parte de nuestra gente.

Pero en el presente escrito queremos mostrar el problema a la inversa, es decir, los elementos con los cuales nuestras tradiciones podrían contribuir a su vez a un ulterior desarrollo de la nueva Alemania. Para nosotros el punto fundamental de referencia debe ser también el elemento ario-romano y “clásico”, para considerarlos no sobre el plano ético y de la formación viril del carácter, como era el caso del primer problema, sino más bien sobre el superior de la visión general del mundo. Lo que es ario en sentido general, común a las principales civilizaciones indoeuropeas, en la romanidad de los orígenes, y en general en los aspectos superiores de nuestro mundo clásico tuvo una formación particular, por la cual la Alemania de hoy puede tener un valor especial. Puede, de hecho, ayudarla en una tarea fundamental como es la de descubrir y de elegir los nuevos valores “olímpicos” presentes en la misma tradición nórdica. Esta tarea es de especial importancia, porque al realizarla se prevendrían no pocas confusiones y no pocas desviaciones espirituales que se pueden ahora constatar en algunos ambientes de la nación amiga y que son los mismos que obstaculizan todo entendimiento profundo entre las dos civilizaciones.

La luz del Norte.

Existe en realidad en Alemania una concepción de lo que sería verdaderamente nórdico, la cual se apoya, si no en propias falsificaciones, sí, al menos en interpretaciones unilaterales y arbitrarias. Tiene asumido como primordiales en las tradiciones nórdico-germánicas, motivos, que el contexto general de las concepciones arias son secundarias, contingentes y accesorias, que han llevado a considerar como nórdico y germánico a un misticismo naturalístico enemigo de cualquier trascendencia, un dudoso y “nibelúngico” romanticismo, una visión oscuramente trágica de la vida, un heroísmo y un activismo sin fondo, por no decir desesperado, el eterno dar, la religión del devenir, un amor para el “infinito” en el sentido malo y anticlásico etc.

La culpa de todo esto la tienen esencialmente los literatos y pensadores confusos, y a menudo diletantes, los cuales, sin tener ningún sólido punto de referencia, han metido mano a cuanto hasta ellos han llegado de las antiguas tradiciones nórdicas. En primer lugar consideremos el influjo deletéreo de Ricardo Wagner, en quien debe verse no a un revelador, sino a un falsificador y deformador de la antigua mitología y del antiguo poema épico germánico. Por desviaciones similares ha sido un doble incentivo, esto es, ante todo el estado fragmentario y a menudo degenerado en el cual antiguas tradiciones nórdico-germánicas; en segundo lugar las repercusiones que, en tradiciones similares, tuvieron las vicisitudes dramáticas de un cierto grupo de razas de tronco común.

Así, lo que Wagner ha traducido como “Crepúsculo de los dioses” y en el que muchos quisieron ver un motivo característico de la visión nórdico-germánica de la vida, en realidad se extiende en relación a los acontecimientos que, en las razas aludidas, han determinado el fin de un ciclo. El término nórdico “ragna-rökkr” lleva añadido el sentido de “oscurecimiento del divino” en relación al fin de un ciclo y, en realidad, aquí no se trata de algo que pueda valer como una especial visión del mundo, sino de un episodio o “momento” comprendido en una visión cósmica bastante más vasta, para estudiar sobre la base de las antiguas enseñanzas arias relativas a las llamadas “leyes cíclicas”.

Ahora, más allá de este episodio y de sus tintas trágicas y “elementales”, también la antigua alma nórdica conoció una esperanza mejor y presintió una más alta verdad. Quien tiene una preparación adecuada, en la mitología de los Edas, reconoce fácilmente que le elemento esencial no corresponde con las visiones de las luchas contra fuerzas desencadenadas, o a particulares resentimientos, o hasta supersticiones populares e influencias extrañas; lo esencial en la tradición se liga a la misma “olímpica” visión. Tal es el concepto de Mitgard que da un centro y un orden fundamental del universo. Tal es la concepción del Walhalla como un monte, en cuya cima helada reluce la eterna claridad más allá de cada nube. Así son las numerosas variantes de la llamada “Luz del Norte”, es el símbolo del Gladsheim “más claro que el Sol”; del castillo real de Oegier, que acoge a los “héroes divinos”, donde el oro – símbolo tradicional de lo indestructible, real y solar – se le atribuye la naturaleza de una luz ardiente; es la silla celeste de Gimle, “más bella que cualquier otra y más resplandeciente que el Sol” y que subsistirá aún cuando “cielo” y “tierra” perezcan.

Como el hombre clásico, también el hombre nórdico ha conocido un orden superior inmutable, que trasciende al mundo del devenir y de las “fuerzas elementales”. Después del ragna-rökkr, es decir, después del “crepúsculo de los dioses”, o Ases, vuelven a Idafels y encuentran el oro simbólico que simboliza la tradición y la espiritualidad primordial de fe del antiguo hombre nórdico: cualquier cosa que tenga aires olímpicos y clásicos.

El afecto antirromano.

Mucha basura se ha acumulado en el contenido de la tradición oral, en parte a través del paso de los siglos, en parte – más tarde – por las interpretaciones de los poetas románticos y de intelectuales misticoides. A esto se ha añadido recientemente efectos de algunas reacciones político-culturales quizá legítimas en sí, pero desviadas en cuanto a los puntos positivos de referencia. Aludimos a un cierto neopaganismo germánico artificial, que parece haber conducido inconscientemente a mentes poco equilibradas a una trampa preparada cuidadosamente por los comunes adversarios. Sería fácil demostrar (y lo hemos demostrado en nuestro libro Síntesis de doctrina de la raza) que muchas ideas de este paganismo, lejos de haber verificado el contenido superior de las principales tradiciones arias precristianas, corresponden a las de un paganismo que nunca existió, inventado por la primera apología cristiana para desacreditar todo lo que era distinto a la nueva fe.

Ahora, nuestra tesis es que un contacto con el contenido romano de nuestra tradición podría servir a Alemania para dar una orientación recta y meditada a su misma “lucha por la visión del mundo”, para ayudarla a descubrir de nuevo su tradición “olímpica” y para hacer sentir que en estos superiores significados de la común espiritualidad aria debe verse el más alto punto de referencia para cada lucha y cada reconstrucción.

Si se ha podido hablar de una “aeternitas romana”, es porque es más que una simple frase retórica. El símbolo romano es efectivamente el de un Imperio, o Reich, el cual tiene su suprema legitimización añadiéndole los significados “olímpicos”, que participan de la “luz” ario-olímpica y algo de supratemporal y sobrehumano, representando simultáneamente un cúlmen de la potencia humana y la encarnación de un ideal superior de justicia terrena y de un tipo de organización sólida, viril y jerárquica.

Sabemos que en Alemania existe un sentimiento antirromano, que se ha visto particularmente en momentos poco felices y que afortunadamente han sido superados por las relaciones entre los dos pueblos y aún hoy se conservan huellas en ciertos ambientes extremistas, con el resultado de dar incentivos a los que, entre nosotros, querrían ver a cualquier precio una incompatibilidad entre romanismo y germanismo, casi siempre con fines inconfesables. Con tal motivo, conviene eliminar los malentendidos referentes a la nación amiga. No se debe confundir por ejemplo en el plano jurídico, el ideal de la verdadera romanidad con lo referente a la degeneración y a la descomposición senil de sus encarnaciones históricas.

En vista de la religión predominante en el pueblo italiano, el fascismo halaga al catolicismo, no debe conducir a indiscriminadas y unilaterales identificaciones entre romanidad e iglesia. Con intención, usamos el termino ario-romano. Tenemos a la vista la originaria tradición de nuestra gente y que da una especial expresión al ideal clásico de la claridad, de la forma, de la soberanidad olímpica más fuerte que todo esto que es la lucha, el devenir y la pasión.

Apolo de Veyes. Estatua etrusca en terracota (550 - 520 a. C.)  Museo Etrusco Nacional de Villa Giulia en Roma.

Dos nostalgias.

En algún tiempo la nostalgia ha seguido bien el camino del Norte, bien el del Sur, pero sin encontrar un punto de equilibrio. Mientras las nostalgias por el Sur han tenido prevalentemente un carácter físico y sentimental, las del Norte han tenido un carácter metafísico y espiritual. Aún hoy los nórdicos y los alemanes ven a los de Sur como “humanistas” o como gente que busca el sol y el descanso físico en el país de las artes y de los naranjos. Bien diferente fue la nostalgia del antiguo ario mediterráneo hacia el Norte. Fue esencialmente una nostalgia por la tierra de Apolo, del Dios hiperbóreo de la luz. Se creía que todavía vivía en el Norte, dormido, Kronos, el Dios simbólico de la Edad de Oro (la misma de los orígenes arios), que por ello, antiguamente el mar Ártico se llamaba mar crónico. En el Norte el “sol de medianoche” ofrecía el símbolo físico más próximo al más alto misterio de la antigüedad mediterránea, el de la luz interior que nacía allá, donde se extingue la luz sensible. El Norte, por el fenómeno de un día casi sin noche, pareció la tierra más próxima a la luz olímpica privada de ocaso – y se cuenta que fue por esto que un emperador romano llevó sus legiones hasta el extremo de Britania: no por obtener nuevos laureles militares, sino por anticipar su apoteosis y contemplar de cerca al rey de los dioses, que, según otra tradición, estaría escondido en el Lacio, en la tierra de Roma.

Parece, por consiguiente, que el recuerdo del Norte olímpico, oscurecido en varios aspectos de las sucesivas tradiciones germánicas, se mantendría más vivo en las mediterráneas de razas dominadoras nacidas del mismo tronco común. En esta herencia primordial están las raíces del elemento verdaderamente eterno de Roma. A través de esta Roma el hombre germánico ayudo a reconstruir un visión antiromántica, clara, dura, viril y al mismo tiempo transfigurada y dominadora de la vida, allá él no estará desnaturalizado sino reconducido al elemento más esencial y originario de su misma tradición. Y al mismo tiempo antítesis unilaterales y diletantes serán superadas y los presupuestos para un entendimiento real de las fuerzas directrices espirituales de los dos pueblos amigos estarán confirmadas.

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