El sexo en la Cabala y en los Misterios de Eleusis

Nos queda por examinar el dominio de las técnicas empleadas intencionadamente para obtener una ruptura de nivel extático, místico o iniciático, por medio de la unión sexual real del hombre y la mujer, simplemente como tal o gracias a un régimen especial de unión sexual. Además, indicaremos brevemente algunas posibles aplicaciones de magia “operativa” que, en ciertos medios, han sido consideradas más o menos dentro del mismo encadena­miento de ideas.

Este dominio se diferencia del ya tratado de la sacralización y de las uniones rituales porque, en él, el acento cae menos sobre la realización de símbolos y de analogías cósmicas, que sobre la experiencia pura. Y no es que una cosa excluya a la otra; por el contrario, veremos que el régimen de las evocaciones y de las tran­substanciaciones constituye a menudo la premisa rigurosa de las técnicas de que se trata. Pero, en esencia, el fin es diferente; no es cuestión de la sacralización y la participación en el sacrum, que puede efectuarse incluso en cuadros generales institucionales y culturales, sino que es un hecho absoluto de la experiencia indi­vidual, mediante el cual, como en el Yoga, se puede producir un “descondicionamiento” del Yo. Aquí, en este dominio, se encara, asume y activa directamente y se impulsa al extremo todo lo que, como fenómeno de trascendencia parcial o tendencial, hemos visto ya que existe en el mismo amor sexual profano. En cuanto a la documentación, por lo que se sabe de las tradiciones secretas de numerosas civilizaciones, se puede añadir lo que encierran de más serio y más digno de fe algunos escritos procedentes de medios en los cuales parecen haberse continuado, hasta nuestros días, conocimientos y prácticas del mismo tipo.

A título de introducción, ofrecemos algunas ideas que, en el esoterismo hebraico y, sobre todo, en el Chasidismo, se aproxi­man ya a este dominio. En el Zohar (I, 55 b) se puede leer: “El Santo —bendito sea— no elige domicilio allí donde el macho y la hembra no están unidos”. Una sentencia talmúdica reza: “Tres cosas contienen en sí un poco del más allá: el sol, el Sabbat y la unión sexual” (1). Y aún en el Zohar (III, 81 a) se lee: “El Rey [Dios] busca solamente lo que le es apropiado. Esto es por lo que el Santo —bendito sea— reside en quien [como él] es uno. ¿Y cuándo el hombre es llamado uno? Cuando hombre y mujer están unidos sexualmente (siwurga)… ¡Ven y mira! En el momento en que el ser humano como macho y hembra se encuentra unido, vigilando que los pensamientos sean santos, él es perfecto y sin mancha y es llamado uno. El hombre debe pues hacer de suerte que la mujer goce en este instante en que ella forma con él una voluntad única, y los dos unidos deben portar el espíritu sobre esta cosa. Así nos ha sido enseñado: ’El que no ha tomado mujer es como si no fuera más que una mitad’ (Jebamoth, 83). Pero si el hombre y la mujer se unen, si se hacen uno en el cuerpo y en el alma, entonces el ser humano es llamado uno, y el Santo —bendito sea— toma domicilio en este uno y engendra para él un espíritu santo” (2).

Sobre la base de estas ideas en que, como se ve, vuelve a surgir el motivo del andrógino, prácticas mágicas no han sido extrañas a determinadas corrientes secretas del kabalismo. Se puede relacionar con una de estas corrientes lo que ha llegado a nuestro conocimiento a través de la secta de los Sabattianos, en relación también con las doctrinas expuestas por Jacob Franck. En estos medios, se daba una interpretación esotérica a la “venida del Mesías”, considerándola, no como un hecho histórico y colec­tivo, sino como un símbolo para el despertar interior individual, por la iluminación que libera y que conduce más allá de la Ley. A esto se ha asociado el motivo específicamente sexual en la medida en que la fuerza mística del Mesías ha sido colocada en una mujer y se ha afirmado que el misterio del despertar y de la salvación se cumple por la unión sexual con una mujer. Franck enseñaba justamente: “Os digo que todos los hebreos se encuen­tran en un gran infortunio, porque esperan la venida del Salvador y no la de la Mujer”. Con una cierta interferencia con la doctrina de la Shekinah, esta mujer o Virgen termina por no ser más que una con el arquetipo femenino, con la Mujer una, presente en cada mujer y más allá de cada mujer, puesto que está dicho: “Ella tiene en su poder a muchas jóvenes, todas las cuales reciben de ella su fuerza, de suerte que, si ella las abandona, ellas no tienen ya ningún poder”. Para Franck, ella es “una puerta de Dios, por la cual se entra en Dios”, y añade: “Si fueseis dignos de tomar a esta Virgen, sobre la cual reposa toda la fuerza del mundo, esta­ríais también en disposición de cumplir la Obra; pero no sois dignos de tomarla”. Por obra, se entiende aquí la celebración de un misterio sexual, orgíaco, del cual se dice: “Por medio de esta Obra nos aproximamos a la cosa, que está toda desnuda y sin vestidos; esto es por lo que debemos conseguir cumplirla”. Quizá sea posible ver en esto una correspondencia con la “visión de Diana desnuda”, de la que ya hemos hablado; de todas formas, de la gracia otorgada por esta Virgen cabalística procederían poderes y revelaciones diferentes, según el “grado” de cada uno (3). Ideas similares deben de haber.tenido relación con una enseñan­za iniciática original (4) cuya divulgación acaba sin embargo por conducir a abusos y desviaciones. Así precisamente en el Sabba­tismo o, entre otras, la doctrina del “misterio mesiánico del des­pertar” y de la realización del Uno, parece haber dado lugar a orgías con fines místicos, que tenían por centro a una joven desnuda, adorada bajo diferentes formas aberrantes de sexuali­dad: orgías en las cuales se ha visto justamente una reviviscencia deformada de antiguos cultos de la Diosa, como el de Ishtar. De la misma manera que entre los Kaula tántricos y entre los “Her­manos del Libre Espíritu” medievales, en estas corrientes judías que hacen uso de la mujer y del sexo vuelve a surgir el tema de la mujer y de la impecabilidad del despertado, con referencia a la doctrina cabalística con relación a este principio del ser humano que no puede ser castigado, haga lo que haga, porque si lo fuera, “sería como si Dios se castigara a sí mismo”.

En cuanto a la antigüedad clásica, conviene hacer notar que, en los Misterios más célebres de la época, es decir, en los Miste­rios de Eleusis, la unión sagrada, además de que tenía el valor general de las hierogamias simbólico-rituales, hacía alusión al misterio del renacimiento en un conjunto que, en el origen, comprendía verosímilmente la sexualidad como medio; y aquí el acento caía igualmente sobre el principio femenino, sobre la mujer divina. El tenor de los testimonios de varios autores cris­tianos, a este respecto, no podría atribuirse únicamente a un denigramiento o a escándalo de moralista. Clemente de Alejan­dría, Teodoro y Psellos se muestran de acuerdo en afirmar que, en estos Misterios, el órgano sexual femenino, llamado de una manera eufemística y mística ateis ginekejos era ofrecido a las miradas de los neófitos, como para indicar el instrumento necesa­rio para celebrar los misterios. Y Gregorio Nancianceno, refiriéndose a Deméter, diosa de estos Misterios, dice que se debe tener vergüenza “de exponer a la luz del día las ceremonias nocturnas de la iniciación y de hacer de las obscenidades un Misterio”; aporta también un verso en el cual Deméter es descrita anasya­mene (es decir, levantando sus vestidos para mostrar su sexo), a fin de “iniciar a sus amantes a estos ritos que hoy todavía se celebran simbólicamente” (5). Todo esto hace precisamente suponer que el sentido de la ceremonia simbólica del misterio, que es la única que quedó en primer plano en el período más reciente, fue el de recordar, más allá de las mismas hierogamias rituales, y de una unión sexual del sacerdote con la sacerdotisa (que pronto no fue más que simulada), el misterio de la resu­rrección que puede efectuarse por mediación del sexo y de la mujer; de ésta, en cuanto encarnación de la Diosa. Así, en Eleusis, tras el cumplimiento en la oscuridad del rito del matrimonio, se encendía una gran luz y el hierofante anunciaba con voz tonante: “La Gran Diosa ha puesto en el mundo al Hijo Sagrado, la Fuerte ha engendrado al Fuerte” —ieron eteke potnia kouron Brimo Bri­mon— y en el contexto de uno de los principales testimonios (6), la espiga mostrada en este momento a los epoptes como símbolo del renacimiento iniciático sagrado, es puesto en relación íntima con el hombre primordial andrógino, con el arsenozélis y con su resurrección. El texto añade: “Augusta es en efecto la generación espiritual, celeste, de lo alto, y fuerte es el que ha sido engendra­do así”. Es pues posible que, bajo el signo del Misterio de la Gran Diosa, la antigüedad mediterránea haya conocido también la doctrina secreta de la iniciación sexual, y que lo que sabemos de los Misterios de Eleusis no haya sido más que su transposición sobre el plano cultural y espiritual, sin una puesta en práctica efectiva del sexo, con el empleo, por el contrario, de otras técni­cas iniciáticas y de los misterios que poco a poco habían de irse desnaturalizando hasta el punto de que, al fin, estos misterios se redujeran al equivalente de un culto religioso, abierto casi a todo el mundo.

Para informaciones específicas sobre las técnicas sexuales, es preciso referirse al Oriente y, primero que a nada, al tantrismo en el segundo de los aspectos indicados con anterioridad, en el aspecto que se liga a la “Vía de la Mano Izquierda” y a lo que se ha llamado el “ritual secreto”. Como hemos dicho, este rituales reservado a aquellos cuya cualificación es “viril” o “heroica” (vira) más que espiritual, y que son dvandvátitá, es decir, cualificados para no tener en cuenta ninguna dualidad de contrarios, bien y mal, mérito y falta, ni de ninguna oposición análoga de valores humanos.

Notas

(1) B’rachoth, 57 b, en M. D. G. LANGER, Die Erotik in der Kabbala, Praga, 1923, pág. 30.

(2) Sobre este último pasaje del Zohar, cf. LANGER, Op. cit., pág. 23.

(3) Sobre esto, cf. LANGER, págs. 30-44.

(4) Por otra parte, parece que el cabalismo no ignoraba prácticas semejantes, a las del Yoga hindú, basadas sobre la fisiología mística o hiper­física; se piensa que en el cuerpo humano están presentes los sephiroth, es decir, los principios metafísicos estudiados por la Cabala, dispuesto como un árbol de tres columnas y, al igual que en el Yoga, se habla de dos corrientes laterales que hay que unir para hacer recorrer a la fuerza resul­tante la dirección axial; aquí también se considera la unión de los sephiroth correspondiente al principio masculino y al principio femenino, al Padre y a la Madre, al Esposo y a la Esposa, a la Derecha y a la Izquierda en la línea central que comprende los sephiroth llamados Kether (Corona), Tiphereth (Belleza), Jesod (Base) y Malkouth (Reino).

(5) Orat. IV contra Julian., I, 115. Cf. PESTALOZZA, Religione Mediterranea, cit., págs. 217 sgg., 271, 300-301, 306.

(6) HIPPOLYTE, Philos., V, I, 8.

Metafísica del Sexo, Capítulo VI: El sexo en el dominio de las iniciaciones y de la magia.

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